Estructura laboral de la arquitectura en España (1211-2010) : del taller gremial al taller horizontal

dc.contributorMuñoz Pardo, María Jesús ; orcid:0000-0003-2088-5857
dc.coverageeast=-4.8379791; north=39.3260685; name=España
dc.creatorEcharte Ramos, Jose María
dc.date.accessioned2024-07-17T06:57:30Z
dc.date.available2024-07-17T06:57:30Z
dc.date.issued2023-03-03
dc.descriptionLos arquitectos españoles, incluso cuando no empleaban esta denominación, han construido, a lo largo de los años, una especial relación con su “propiacepción”, esto es, con la forma en que se perciben a sí mismos, con la que perciben lo que hacen y con el modo en que se relacionan entre ellos y con su contexto, ya sea este vital, social o económico y laboral. Esto último constituye el campo de esta investigación. Si bien las primeras cuestiones han sido ampliamente estudiadas en la disciplina, las últimas, más allá de los aspectos puramente lucrativos y pecuniarios, han quedado reducidas al reconocimiento descriptivo de situaciones ya en curso, con escasa capacidad prospectiva o analítica, y sobre las que no se pretende actuar para corregirlas o modificarlas. Tanto los aspectos que tradicionalmente han integrado el tronco teórico de la arquitectura como estos últimos, menos tratados, lejos de ser independientes están claramente relacionados. Sin embargo, la hegemonía del discurso dominante de la disciplina en tanto que dedicación humanista, científica, artística y, sobre todo, vocacional, se ha convertido en una narrativa profesional idealizada y, como tal, transmitida de generación en generación. Ha ocupado así, de forma extensiva, todo el espacio de consenso e investigación (tanto físico como teórico, laboral como vital), aislando cualquier análisis disciplinar de sus factores económicos, laborales y, en buena medida políticos. En otras palabras, los arquitectos sabemos lo que hacemos, pero no tanto cómo lo hacemos en términos de rendimiento material o económico. La relación entre el trabajo, desde una concepción absolutamente materialista, y el componente vocacional y artístico, produce un descoyuntamiento cuyas consecuencias afectan tanto a la profesión, entendida en ese sentido material, como a la disciplina, al ser ya imposible mantener estanco el corpus teórico que la conformaba y que queda desbordado por las implicaciones económicas que lo distorsionan. Así, conceptos tan comunes como trabajo, salario, empleado o empleador, quedan en arquitectura ocultos (en los términos empleados por Scott, en su análisis de las relaciones discursivas de dominación y resistencia) tras eufemismos como colaboración, formación, discípulo o maestro. Los talleres gremiales, origen de la profesión, pueden así entenderse desde dos perspectivas. En la primera perspectiva, descrita por Richard Sennett y, en parte, idealizada, estos talleres son centros de transmisión de conocimiento en comunidad donde los maestros —poseedores de un conocimiento eminentemente práctico—, aprendices y oficiales trabajan en comunidad. En esta estructura el dominio dimana de la experiencia. En la segunda perspectiva, analizada a través de su aspecto económico por Ward, Jovellanos o Campomanes, son centros laborales protoindustriales, en los que se intercambia trabajo por formación y se naturaliza (se integra en el «habitus», para Bourdieu) el discurso de la dominación, latente, en la esperanza de cumplir la llamada ‘promesa gremial’: alcanzar la posición del maestro pasado el periodo formativo que, en muchos casos, revestía tintes salvíficos y, en cierto modo, heroicos; de perfeccionamiento frente a la adversidad. La evolución de la disciplina, que pasó de lo manual a lo académico en el siglo XVIII, mantuvo esta estructura prácticamente intacta, a pesar del esfuerzo por ordenar y regularizar la profesión. Se aproximaba así al taller del artista, antes que al del artesano. Se añadía con ello el componente vocacional —el deseo de pertenencia— al discurso laboral que, hasta entonces, había sido más dependiente de la necesidad que de la voluntad. El relato del artista, que respondía solo ante sí mismo, está en la raíz del cambio que llevará a los arquitectos de ser trabajadores en comunidad a trabajadores liberales, individualizados. Esto modificará su narrativa, haciendo que el control del estatus de arquitecto —la pertenencia o no, más allá del título, a una casta no exenta de privilegios— sea central en la estructura profesional. Los sucesivos cambios en los procesos formativos de los arquitectos españoles, y este es uno de los puntos clave de la presente tesis, no modificarán en lo sustancial esta propiacepción ni, por lo tanto, la estructura laboral que la soportaba. La inclusión en los procesos formativos del componente técnico y científico como respuesta a la aparición de los Ingenieros de Caminos (y su rivalidad en el campo competencial) y la adscripción politécnica de las Escuelas Especiales, primero, y Escuelas Técnicas Superiores después, mantendrán intacta no obstante la concepción de un profesional libre que recibe las armas de la disciplina a través de un proceso formativo largo. En él sigue incluyéndose el aprendizaje en calidad de discípulo junto a un maestro, paso previo para el cumplimiento de un destino profesional garantizado en el que el alumno se convierte en maestro que replicaría el modelo y acogería a nuevos discípulos. Las primeras etapas del trabajo no eran pues percibidas como tales, sino como formación y, una vez completado este periodo, lo que se producía era arte, servicio o, sumando todo, la respuesta vocacional a una llamada que resultaba del ejercicio de la meritocracia. En ningún caso ‘trabajo’ —en los términos en los que este se entiende desde la óptica materialista–marxista: enfrentado con el capital y parte de su ciclo. De nuevo, esta traslación del análisis de la disciplina a lo vocativo y artístico, que conforma un modelo idealizado, dejaba de lado aspectos socioeconómicos de primer orden que, al ocultarse, fetichizaban los procesos formativos y la narrativa de los arquitectos españoles. El capital cultural acumulado y el económico (en los términos de Bordieu) eran, si cabe, aún más necesarios que la pura vocación, el deseo para alcanzar el estatus de arquitecto. Los profesionales españoles se introducían en lo que Peggy Deamer denomina «afasia laboral»: la incapacidad para reconocer el trabajo como tal. Enfrentados a una escisión de sus competencias que amenazaba a la propia profesión (la aparición del cuerpo de Ingenieros de Caminos) los arquitectos, que habían abandonado el taller gremial para librarse de las restricciones de la organización menestral y habían copiado el formato de los talleres de artista descritos por los Wittkower, se organizaron en torno a una nueva estructura corporativa, el Colegio Profesional de Arquitectos, de pertenencia obligatoria. Se completaba, de esta manera, el retorno gremial dividido entre tres instituciones: el Colegio, encargado de la deontología y la regulación inter pares; la Escuela, a través de la cual se desarrollaba una formación que pasaba a ser reglada; y el sistema de estudios que completaba la adquisición del conocimiento a través del intercambio de trabajo por aprendizaje. La promesa gremial revivida, la garantía de una labor fructífera en lo económico, se restableció unida a la promesa vocacional —la respuesta a la llamada— que ordenará la estructura laboral de la profesión hasta nuestros días. En este sentido, las circunstancias económicas y sociales que se han sucedido en España desde mediados del siglo XX favorecerán que la nueva estructura corporativa postgremial, sus procesos formativos —elitistas durante buena parte de la existencia de la profesión reglada en el país— y su modelo laboral se mantengan, a pesar de las evidentes disfunciones, hasta bien entrado el siglo XX. Es en este momento, entre los años 1950 y 1970, cuando la arquitectura española se integra, de forma definitiva y sin eufemismos, en el ciclo capitalista como producto de programación económica dependiente del capital. No lo hace, sin embargo, la estructura laboral, sostenida por el paradigma del profesional liberal —nunca entendido como empresario— que, pese a ser consciente de lo agotado del modelo, continúa fetichizando al arquitecto creador, dueño de su propio destino. Los jóvenes arquitectos que se incorporan a la profesión en estos años, más conscientes aún de la situación y en su mayoría progresistas en lo social y lo económico, no pueden escapar a una narrativa que les ha sido transmitida y que, en buena medida, imprime carácter. Su objetivo, disimulado, es el de sus mayores, colgar «la placa en el portal» como señalaba Díaz–Plaja. Las posibles dificultades que deberán afrontar se entienden, no como disfunciones económicas del sistema, sino que se asumen como un camino del héroe que replica el análisis del monomito de Joseph Campbell: un periodo de sacrificio de tintes místicos que les conducirá, indefectiblemente, a ser, en términos del propio Campbell, el «maestro de los dos mundos», renacido. Plantearán así soluciones voluntariosas, pero fuera del espectro económico, que recordemos no era parte de su discurso, rehuyendo de este modo una necesaria proletarización de la profesión que comprenda otros modos de ejercicio. Los arquitectos españoles egresados en los años 1970 abordan su problemática política y laboral desde su capacidad para imaginar otros mundos, controlar la utopía, desde la forma, en palabras de Manfredo Tafuri. Así, esta joven generación, que quizá como ninguna antes pudo estar en disposición de abordar la cuestión laboral, no tomará conciencia de que la construcción de esos mundos requería de un proceso de reconversión capaz de analizar la profesión desde lo económico y no lo económico desde las armas tradicionales de la disciplina. Sostenidos, de nuevo, por las peculiaridades económicas y sociales del país (incluidas las dos burbujas inmobiliarias desarrolladas entre 1992 y 2006), los arquitectos españoles ven desaparecer de forma progresiva pero inexorable todos los soportes que cimentaban su narrativa profesional. Los honorarios obligatorios, la universidad de cuadros exclusiva y la capacidad de control individual del proyecto se diluyen progresivamente coincidiendo con un ascenso de la política neoliberal global. La estructura laboral, sin embargo, salvo excepciones de profesionales que se habían convertido en empresas y a los que generalmente se calificaba de ‘tecnócratas’ (cuando no con el menos sutil adjetivo de ‘obedientes’) se mantiene, hasta que, ya entrado el siglo XXI, se produce la ruptura definitiva de la promesa gremial. El cumplimiento del camino vocacional deja de garantizar, no ya el éxito profesional, sino la pura capacidad de subsistencia. El héroe de Campbell, una vez completada su ordalía, no retorna triunfante al mundo ordinario, sino que permanece, por siempre, sometido a los vaivenes vitales y laborales del mundo extraordinario. Los arquitectos, que no han pasado por un proceso de proletarización, pasan de creadores liberales a trabajadores precarios, sin haberse integrado nunca de forma definitiva en el salariado. La estructura general de la profesión que se articulaba en un sistema de estudios que nunca se han considerado empresas y que se sitúan al margen del análisis económico, es incapaz de responder a una crisis largo tiempo pospuesta y que, en 2006, impacta con toda su crudeza. Los arquitectos, y fundamentalmente las arquitectas, conocen por primera vez (o sería más preciso decir que admiten, por primera vez) el paro prolongado, el subempleo y la explotación laboral. Comienzan así a aparecer los primeros movimientos de sindicación profesional que coinciden con las protestas de los estudiantes, quienes rechazan el concepto de fusión de vida y trabajo que la llamada vocacional —fetichizada y promovida desde el núcleo de la profesión— lleva aparejada y que implica fuertes dosis de autoexplotación en los términos expuestos por Byung Chul Han. Las cohortes de arquitectos representan, casi como ningún otro grupo profesional, una sociedad ‘del cansancio’ (una parte de ella al menos), en la que los problemas de salud mental, el resentimiento y la frustración aparejados a la traición vocacional que se les transmite, suponen un problema de primer orden no suficientemente explorado. Junto a estas cuestiones, un nutrido grupo de arquitectos y arquitectas abandona, de forma consciente y voluntariamente, algunos de los paradigmas de la narrativa profesional: la firma, la autoría individual, el intercambio de formación por salario, y constituyen un nuevo tipo de taller horizontal de aprendizaje, colectivo, que rompe, por primera vez, el ciclo de precariedad tolerada en la profesión. La estructura laboral de la profesión presenta, hoy en día, una incipiente tendencia a la sindicación. Al reconocimiento propiaceptivo del arquitecto como trabajador asalariado —como trabajador productivo consciente del valor de su fuerza de trabajo, en los términos marxistas— que, aunque varía en los distintos países, responde de forma global al carácter extensivo del modelo de capitalismo mundial integrado de corte neoliberal de Félix Guattari y que permite, por tanto, un análisis evolutivo que plantee una mirada desmitificada de los procesos laborales de la profesión hasta nuestros días como forma de reconocer el contexto actual, sus disfunciones y sus fortalezas, si las hubiera. Esta investigación estudiará la estructura laboral de los arquitectos españoles, desde el primitivo taller comunal de canteros hasta el taller horizontal de apoyo mutuo. Se analizarán para ello tanto la narrativa profesional como las organizaciones que la sustentan, sean estas gremios, colegios, escuelas o academias. Tomará como punto inamovible el concepto de que el esfuerzo laboral que produce un beneficio a un tercero es considerado, siempre y en todo caso, trabajo productivo y que, como tal, su enfrentamiento al capital es no sólo necesario sino incuestionable. Habrá pues, recurriendo a la terminología marxista clásica, un intercambio de fuerza de trabajo (sea esta física, intelectual o, en los últimos tiempos, vital) —que genera un plusvalor y que deberá recibir un salario justo en respuesta a esa plusvalía. Con esta base, habrá por una parte proletarios y obreros (trabajadores) y poseedores de los medios de producción (empresarios) por la otra. Estas relaciones y sus discursos, patentes u ocultos, conformarán el eje principal de la tesis. La investigación, conviene señalarlo, se centrará, con algunas excepciones, en el Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM) y en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM) por ser las instituciones más longevas, las de mayor número de colegiados y estudiantes, respectivamente, y porque su posición histórica y su relación constante las hace representativas de la evolución de la estructura laboral de la disciplina en España. Se confrontarán, no obstante, con otros centros y otros entornos y, en la medida en que el aspecto económico resulta fundamental para este estudio, se asumirá que el proceso de globalización y la tendencia hacia un capitalismo neoliberal de raíz deslocalizada han tendido a extender los resultados, con pequeñas variaciones, a todo el ámbito de la arquitectura occidental.
dc.formatapplication/pdf
dc.identifier.urihttps://biblioteca-juandevillanueva.coam.org/handle/123456789/2445
dc.identifier.urihttps://oa.upm.es/73222/
dc.languagespa
dc.publisherE.T.S. Arquitectura (UPM)
dc.relationinfo:eu-repo/semantics/altIdentifier/doi/10.20868/UPM.thesis.73222
dc.rightshttps://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/
dc.rightsinfo:eu-repo/semantics/openAccess
dc.subjectArquitectura
dc.titleEstructura laboral de la arquitectura en España (1211-2010) : del taller gremial al taller horizontal
dc.typeTesis
dc.typeinfo:eu-repo/semantics/doctoralThesis
dc.typePeerReviewed

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